Por Padre Luis Albóniga, vicario general de la diócesis de Mar del Plata.
Ha comenzado en nuestro país un debate que ya forma parte de nuestra vida cotidiana. El Diccionario de la Real Academia Española dice que “debatir” tiene que ver con “batir” y con “sacudir” y que significa discutir un tema con opiniones diferentes. La misma obra expresa que una de las acepciones de la palabra “debate” es “luchar” y “combatir”. Esta pluralidad de matices expresa, a mi criterio, lo que puede pasar cuando dos o más debaten, cuando se debate entre amigos, en la familia o en todo un país.
El debate puede ser confrontación que lleva a enfrentarse o camino de diálogo que lleva al consenso y a la comunión. Pienso que todos los argentinos queremos debatir, pero no combatir.
No es lo mismo debatir sobre lo que nos gusta hacer en el día libre que sobre la vida. Cuando el tema en cuestión constituye un valor fundamental requiere ciertas condiciones para garantizar su buen resultado. Y digo valor fundamental por su importancia, pero también, porque lo que está en juego es el fundamento de los demás valores y de los demás derechos -y quizá de todos los demás derechos-.
En primer lugar, debatir es cuestión de comunicación. Y en la comunicación no sólo son importantes las palabras sino también el silencio y los silencios. En el silencio se gestan las grandes ideas, en el silencio se prepara la palabra que se va a decir y en el silencio se acoge el pensamiento de otros y la sabiduría de la historia y de la tradición que nos precede. Cuántos errores se cometen por ser impulsivos a la hora de comunicar, por dejarnos llevar emotivamente por algo que nos impactó, por no haber tomado distancia de una situación particular para pensarlo mejor.
En segundo lugar, un buen ejercicio antes de hablar de la vida es ponernos la mano en el pecho y animarnos a acercarla al corazón de aquellos que están en nuestro entorno. Para hablar de la vida, antes hay que animarse a sentir sus latidos, a dejarse interpelar por ella. Asumir el desafío de contemplar a aquellos que amo y también a aquél, que aún sin amarlo, comparte conmigo el derecho fundamental a vivir.
En tercer lugar, el verdadero debate no tiene sentido si no está presente el diálogo. Y el diálogo consiste en un camino de encuentro que pasa por las palabras. El diálogo supone el respeto por el otro y por sus ideas. Reclama la búsqueda de una fundamentación que sea objetiva y racional, superando el mero interés subjetivo y la manipulación ideológica. Exige la búsqueda humilde de la verdad, que como una chispa está presente en todos, pero que, al mismo tiempo, nos trasciende y exige la tarea abnegada de buscarla juntos.
El desafío de aprender a debatir nos ha de ayudar a ser más humildes y respetuosos, nos ha de impulsar a buscar juntos el resplandor de la verdad que libera y hace grande a las personas y a los pueblos. Que este debate no sea sólo contrapunto de palabras sino también la oportunidad para hacer silencio, para escuchar los latidos de la vida y para reconocer la belleza de la verdad.